DEcía Platón que los mejor dotados para gobernar serían justamente los que menos querrían hacerlo, mientras que si encontrares alguien dispuesto a ello lo estaría por mor de otras cosas, dinero, fama, honores, poder, pero no por lo más importante, la preparación intelectual. El futuro rey-filósofo habría así de ser obligado a serlo pues lo más probable es que prefiriera residir sine die en la Isla de los Bienaventurados y no echaría de menos la caverna, qué duda cabe. Pero es obligación de quien ha recibido los dones de la educación en relación a lo más alto devolver lo prestado y convertirse en un justo político y bajar así a las oscuridades de la caverna por mucho que no quisiera.
Desde entonces los intelectuales ya no quieren bajar a la caverna. El imperativo platónico fue así un signo de ausencia que explicitaba lo que es moneda corriente desde entonces, que el intelectual de verdad, con sus alas des-plomadas, prefiere volar solo y alto a planear bajo y exponerse a las miserias de las sombras, no sea que salga escaldado y lo condenen por ser demasiado idealista y utópico, pues la materia no se lleva bien con las ideas, que se lo digan a Sócrates. Al menos Jonás fue engullido y llevado a Nínive a predicar, pero no hay ballenas para intelectuales.
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